Hay veces en que el destino crea extrañas parejas, de esas que todos se preguntan de donde han salido porque nadie se explica que puedan estar juntos. Unas veces son uno alto y otro muy bajo, o uno gordo y otro flaco, pero aun así esas parejas serían normales en comparación con esta, porque ¿qué podrían tener en común un murloc y un kobold?. Cualquiera que los hubiese visto juntos habría tenido que mirar dos veces para asegurarse de que lo que veía era verdad, pero nadie había tenido que hacerlo de momento, porque si algo sabían hacer bien estos dos, era ocultarse de los demás.
Sus caminos se habían cruzado de la forma más natural posible. uno tenía hambre y el otro parecía una víctima fácil a la que robarle la comida, el resto como suele decirse, es historia. Primero hubieron palos y llamaradas, algún que otro arañazo, un episodio de inconsciencia post-garrotazo-en-la-cabeza y finalmente un gran chichón. Pero el resultado final había sido mejor del esperado, a fin de cuentas terminaron compartiendo fuego y comida sin matarse entre ellos.
Ninguno de los dos estaba acostumbrado a aquello. Kenigor no estaba acostumbrado a la soledad, lo de crecer en una cueva donde siempre tienes otros kobolds alrededor influye en tu caracter, incluso cuando esos mismos kobolds con los que has crecido intentan matarte. Quizás por eso aceptó tan fácilmente la compañía del murloc.
El murloc por su parte tampoco estaba acostumbrado. Siempre se había sentido diferente al resto de los murlocs, nunca había tenido una verdadera relación con ninguno de sus congéneres, y tampoco había intercambiado opiniones ni discutido con ninguno de ellos... ¡Eran murlocs! y un murloc normal no se relaciona con el resto. Quizás por eso se había quedado con el kobold, porque él no era un murloc normal.
Llevaban viajando juntos varias semanas, siempre cerca de la orilla del lago, y desde el principio habían decidido que lo mejor era no ser vistos, no querían que se les viese juntos y tampoco querían que se les viese por separado. Iban juntos sí, pero no puede decirse que fuesen amigos, tan sólo compañeros de viaje.
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El murloc nunca había pensado en el tamaño que podía tener el lago, sabía que había encogido porque antes, cuando vivía en su choza, tenía que ir cada vez más lejos a buscar pescado, pero aun así seguía siendo grande. Llevaban varios días avanzando en la misma dirección, caminando cerca de la orilla y siempre ocultos, cuando vio algo que era por completo distinto a lo demás.
El paisaje alrededor del lago nunca había sido muy variado; había juncos, piedras, charcos, bichos volando, ranas saltando, fpalitos pafalitos plafitos chozas murloc y algún que otro árbol. Pero aquello que acababa de ver el murloc era completamente nuevo.
¿Por qué los árboles no tenían hojas?, estaban como podridos pero seguían en pie. La tierra bajo ellos estaba negra, como si se hubiese quemado, además olía raro, y sabía raro también. Había chozas distintas a cualquier otra que el murloc hubiese visto antes, algunas ni siquiera tenían paredes o techo, y la gente que vivía allí era más extraña aún. Eran más altos y tenían menos pelo que los nanos, pero no parecían muy inteligentes, al menos no más que cualquier murloc normal y corriente. En cualquier caso, si eran inteligentes ¿por qué se reunían alrededor de fuegos morados?
- ¿Tú gmrlgirr sabe? - preguntó el murloc al hombre-rata.
- Ser humanos, ser peligrosos, mejor no acercar
- Mi no miegrgrgdo de manos...
Y así sin mediar una palabra más, el murloc hizo una de las cosas que mejor sabía hacer. Se agachó entre los juncos y avanzó a escondidas.
Con el paso de las semanas había adquirido práctica en eso de acechar a otros, ya era capaz de llegar hasta un nano sin que este lo viese y atacarlo por detrás. A veces se daban la vuelta mientras preguntaban de dónde venía el olor a pescado, pero el pobre murloc seguía sin saber porqué. Él nunca llevaba pescado cuando iba a por nanos.
Se apostó tras una piedra y observó. Vió como los manos iban y venían de un sitio a otro, a veces solos, a veces en pareja, caminando por entre los fuegos morados sin prenderse en llamas. Aquello no estaba bien y el murloc lo sabía. El fuego morado, los árboles muertos y la tierra negra eran una cosa, pero aquella gente tenía algo que lo hacía sentir mal, era una sensación extraña, como la que se siente cuando estás hambriento pero sólo tienes una cabeza de pescado que lleva mucho tiempo al sol. Era algo que se podía sentir en las tripas.
Tan mala era la sensación que el murloc ni siquiera se planteó rebuscar en los manos ¡A saber qué tendrían dentro! así que sin hacer ruido y manteniéndose oculto, retrocedió de vuelta a donde estaba el hombre-rata.
No tuvo tiempo de llegar a su destino porque a medio camino escuchó un grito, que del susto por poco le saca por la boca la cosa que hace pum-pum dentro del pecho. Aquel grito lo conocía ¡Era del hombre-rata!
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¿Qué había pasado? ¿Por qué sentía tanto dolor? Kenigor no conseguía recordar gran cosa, sólo que el murloc había ido a husmear donde los humanos, y que como tardaba en volver fue a buscarlo. Lo siguiente que sabía era que estaba allí, donde quiera que fuese allí.
Le dolía todo el cuerpo, pero especialmente el morro y la parte derecha de la cara, y no conseguía ver nada. No es que estuviese oscuro, no, no era eso ¡Tenía los ojos hinchados! eso tenía que ser, además le pesaban los brazos y no los podía mover. Pero al menos su olfato y oído seguían intactos.
Olía a pelo quemado, pero también a humedad y descomposición; podía oír el goteo del agua, y un tintineo metálico cada vez que se movía, todo amplificado por un eco que repetía cada sonido. Estaba encadenado, de eso no cabía duda, pero ¿por qué? ¿por quién? y ¿dónde?
- ¡Vaya! el kobold ha despertado -dijo una voz desconocida- Pensé que después de nuestra "charla" tardarías más en despertar amiguito; eres más fuerte de lo que pensaba.
Aquella voz, aquellas palabras... Consiguieron despertar algo en el interior de Kenigor. Un odio intenso, dolor, y el recuerdo de un fuego morado consumiendo su piel. Era la primera vez que sentía tanta ira dentro, tanta rabia esperando salir, y puede que por eso su reacción fue más instintiva que premeditada, no la pensó sino que dejó que su cuerpo tomase la decisión por él.
Abrió los ojos, y apoyando una rodilla en tierra se levantó cuanto pudo. Su mirada hacia aquel hombre al que apenas podía ver, clamaba venganza. Sabía que estaba solo y que las cadenas no le dejarían moverse, pero eso no impidió que el fuego comenzase a brillar en su mano...
Continuará...
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Sí, ya sé que ha pasado mucho tiempo desde el anterior capítulo, pero por desgracia no ha podido ser antes. Esta historia aunque no lo parezca es un trabajo conjunto, yo la escribo y mi mujer hace los dibujos, pero ella ha estado ocupada con otras cosas y al final mis dibujos siempre quedaban atrás.
Espero que la siguiente entrada no tarde en llegar tanto como esta.
Si os habéis perdido alguna entrada de la historia podéis verlas todas aquí
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